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El arte y la agroecología

Fernando García-Dory es artista, experto en sabiduría rural y defensor de un cambio de paradigma cultural que pasa por construir alternativas económicas sociales y políticas. Por Carlos Almela. Ilustración de Ana Flecha.


“El artista como agroecólogo” es un manifiesto donde reflexionas, entre otras cosas, sobre tu posicionamiento como artista. ¿Puedes contarnos sobre tu trayectoria, y sobre cómo llegaste a este punto? ¿Qué es, qué hace un artista como agroecólogo?

El texto que mencionas, y que se acerca al género del panfleto, habla de la yuxtaposición de los roles del artista y el agroecólogo. Es un guiño al ensayo de Walter Benjamin “El autor como productor”. Mi posicionamiento agroecológico viene efectivamente del conocimiento y vínculo con la realidad rural desde la infancia, del apego a una zona de montaña y a una cultura campesina en proceso de extinción. En el panfleto llamo la atención sobre la urgencia de recobrar una sensibilidad hacia los ciclos ecológicos, hacia los otros seres vivos, hacia un mundo no-humano, en definitiva. El mito y la poesía para mí surgen de ahí, de contemplar ese mundo, y son como puentes que nos relacionan como especie, en nuestra soledad, con lo que nos rodea. El artista lo defino casi como un médium, que comunica acerca de esa otra esfera de existencia, proporcionando una cierta comprensión. Atendiendo a esa intuición, y como siempre había dibujado, decidí estudiar Bellas Artes. En la Universidad Complutense de Madrid, me pareció sorprendente que ese saber rural, que para mi había sido un impulso esencial, estuviese tan ausente en estudiantes y profesorado. ¿Conoces esa frase de Giner de los Ríos, quien decía que “vale más un día de campo que cien días de clase”? No viene mal recordarla, porque está claro que esta ausencia proviene de que, el arte del siglo XX y XXI, hoy ya inserto en la industria cultural, se concentra en la experiencia de la ciudad.

El momento que vivimos es el de la crisis de un modelo de producción que pone en cuestión la continuidad de la biosfera tal y como la conocemos. En ese sentido, en “El artista como agroecólogo” defiendo que no es suficiente la contemplación y elaboración formal de esa experiencia de lo que queda de una naturaleza no antropizada (algo a lo que se dedicó por ejemplo el Romanticismo). Es necesario intervenir en el aquí y ahora, transformando las condiciones de existencia. Eso implica que el artista ha de poner en cuestión lo que se supone que es su lugar, su profesión. Se requiere un cambio de la propia identidad (sobre todo, la idea de consagración, de autoría y de carrera individual) y de la forma en la que el artista hace y comparte su obra, situando el quehacer del artista en la construcción de alternativas económicas, sociales, políticas. Si queremos un cambio de paradigma cultural, hay que afectar conjuntamente todos los elementos, yendo más allá de un ejercicio artístico o intelectual autorreferencial.

Por otro lado, el campesino, el pastor, que se sitúan dentro de la complejidad de los agroecosistemas, contienen esa experiencia que puede ser articulada mediante la expresión artística. Que el artista aprenda cómo se plantea, diseña y ejecuta un proceso de desarrollo rural agroecológico es fundamental, para entender todo eso y resituar su labor. Con mi formación y práctica estoy siendo conejillo de indias de ese artista-agroecólogo que se inserta en equipos de dinamización rural junto a un economista ecológico, un agrónomo, un antropólogo. Un artista-agroecólogo ha de conocer esos lenguajes y ha de incorporar el suyo. Su labor puede ser fundamental, más incluso que la de los otros especialistas aparentemente más productivos y prácticos. Y es que el conocimiento campesino, como el indígena, son de un orden diferente al académico y al científico. A ese orden de sensibilidades sojuzgadas pertenecen también la visión del niño, lo femenino y el arte. Hay una posible compenetración no-razonada (lo cual no significa irracional) entre el artista y el campesino, cuyos efectos pueden ser muy poderosos. Para ambos, se trata pues de construir un cuerpo cultural que emane de la práctica del cultivo y del cuidado de la tierra y animales.

Resumiendo, el artista como agroecólogo es por tanto una figura de transición, que deja su estudio para ser extensionista, siguiendo el camino de los agentes de extensión agraria. De esta figura que ensayo con Campo adentro, se espera que cree un vínculo con la comunidad rural, en atención al legado campesino, fortaleciéndola, empoderándola, aprendiendo de su visión. Una vez inserto en ella, el artista resitúa su labor en un sistema diferente de el de la industria cultural y del entrenamiento. De esa forma ocurre una transformación mutua : del arte al campo y del campo al arte. Y todavía está por descubrir lo que pueda pasar.

En el marco de la investigación de Interdisciplinarixs, hemos ido identificando todo un conjunto de discursos que apelan a la mezcla de saberes y de disciplinas para pensar o formular mejor los problemas que nos atraviesan, como por ejemplo, la cuestión de una educación honesta con lo real. Nos parece que la interdisciplinariedad, o la composición de saberes, no es algo que haya que imponer por decreto o a priori, sino algo que un contexto particular nos pide, o que una cuestión compleja nos demanda. ¿Por qué pide el campo un enfoque bastardo como el que defendéis y ponéis en marcha desde Campo Adentro?

Como comentaba antes, nuestra especie se encuentra en un momento decisivo, donde se pone en juego saber si somos capaces de autorregular nuestro impacto en el entorno. Nuestro modelo económico, centrado en la acumulación, deja fuera de juego a grandes capas de la población, por supuesto, pero también maltrata y extingue formas de vida y territorios modelados por culturas campesinas anteriores. El campo pide un enfoque bastardo porque está en el medio de esa crisis múltiple y compleja, y también porque está quedando arrinconado en el imaginario público, en el que prima la ciudad, ciudad que por otro lado vive de la extracción y deshecho del campo.

En ese marco, Campo Adentro pretende crear un sistema de transición para vincular a artistas con lo rural, y que doten a su práctica de un enfoque agroecológico en relación a este contexto. Y al mismo tiempo, para que lo rural articule culturalmente su propia visión, recuperando en particular el legado campesino como elemento de inspiración, así como los comunes, el apoyo mutuo, o la economía reproductiva. Mi trabajo no lo entiendo solo como elaborador de propuestas formales, sino como un colaborador que se ponga manos a la obra como y con agrónomos, arquitectos, economistas. Pero del arte sí que me interesa la capacidad de comunicar y conmover, que va más allá que la mera solución técnica que aportaría un experto a un proyecto arquitectónico, agronómico o pedagógico. Así que son varias las razones que nos llevan a vincular arte y agroecología o ruralidad y a reclamar esa tierra de nadie desde la cual activar esta transición tan necesaria.

Estos entornos de trabajo híbridos, mestizos, en los que intervienen diferentes agentes, son parte de tu día a día. Me gustaría preguntarte sobre uno de los hijos que nacieron del primer Campo adentro: el Grupo de estudios sobre ecologías del sistema del arte, nuevos paisajes y territorio en cultura contemporánea, que lleva trabajando en Matadero desde 2013. En los cuatro años que lleva en funcionamiento han transitado por él artistas, curadores, historiadores, sociólogos, agroecólogos,... ¿Cómo fue el proceso de construcción de esta comunidad variopinta y de negociación de su agenda?

Como bien dices, si algo ha sido el GEE es un proceso de negociación, no sólo en cuanto a contenidos, si no sobre la forma en que tratamos el aprendizaje, el debate y la producción de pensamiento. La propia metodología ha evolucionado desde algo abierto, con el glosario y un “reader” de textos de referencia, a líneas temáticas propuestas por miembros del grupo. Con los años hemos pasado también de una producción teórica a una práctica o la combinación de ambas. Por ejemplo, desarrollando el proyecto Nuevo Jardín de Dalias en un solar al lado de Matadero donde construimos un aula-invernadero, hemos podido unir a botánicos con activistas y artistas, filósofos con químicos y explorar estos intersticios en la ciudad. Nos fijamos en la flora de los descampados o en las “islas” que han aparecido en el Manzanares. En los momentos de discusión teórica se han dado choques entre conceptos e ideas de diferentes ámbitos. Los términos que más trabajo y aprendizaje nos han dado son “paisaje” o “ruralidad”. Y es que, por ejemplo, podemos tratar la noción de ruralidad desde la geografía o la sociología, pero también desde los estudios post-coloniales o la teoría queer.

En los marcos de colaboración que estableces, además de profesionales o expertos de distintas disciplinas, participan artesanos, pastores, líderes indígenas, campesinos,... ¿Qué papel juegan los saberes profanos, encuerpados, campesinos en estos cruces de saberes? ¿Basta la interdisciplinariedad, justamente cuando la universidad ha colonizado y posteriormente marginalizado estos saberes?

Creo que uno de los planteamientos de partida de la agroecología es reconocer los saberes indígenas y campesinos, por el valor intrínseco que tienen. En particular, date cuenta de que el conocimiento ambiental que tienen estas comunidades se deriva precisamente por la co-evolución entre estas y su entorno. La agroecología plantea un diálogo de saberes horizontal, de igual a igual entre el técnico extensionista y el campesino.

Sobre si la universidad ha colonizado y posteriormente marginalizado estos saberes, imagino que te refieres a la antropología, o a los estudios culturales. Veo un “giro etnográfico” en el arte que se vincula a las cosmovisiones indígenas, heredero del postcolonialismo, que podría tomar la misma deriva. Esto es así por un componente intrínseco de la academia, que es heredera de la Ilustración: el observador tiende a distanciarse del objeto de estudio y a teorizar sobre él con sus colegas en una jerga especializada de múltiples referencias. La erudición, la construcción puramente teórica es importante, porque puede ser orientación para la acción. Lo que ocurre es que el conocimiento académico, cuando transita por el sistema del arte, queda además condicionado por el principio de constante innovación y sucesión de tendencias propio de la industria del entretenimiento. Por tanto, lejos de pasar a ser conocimiento aplicado, se reduce a una aproximación superficial a esa “otredad”.

Frente a esta figura, el agroecólogo es un académico que deja los pasillos y que pasa al trabajo de campo. En España en los 80, numerosos agroecoólogos se sumaron a los esfuerzos del Sindicato de Obreros del Campo para poner en marcha las primeras cooperativas autogestionadas de agricultura ecológica en terrenos recién ocupados. Y lo mismo ocurrió en Latinoamérica o en la India.

Para mí, lo importante es tejer esa alianza entre el productor cultural y el productor agrario, facilitando formas de fusión entre ambos roles. Para el proyecto Nuevo Curriculum, que lanzamos hace unos meses, empezamos creando un Comité Asesor Científico, Artístico y Vernáculo, que sienta en la misma mesa a pastores, profesores de ingeniería sostenible y comisarios de arte. Todos esos conocimientos se orientan a un mismo empeño, que no es producir más “papers”, exposiciones o catálogos, sino expandir la dinamización rural agroecológica y la producción cultural.

Hablando de Nuevo currículum y del lugar que este conocimiento podría ocupar en la universidad, me gustaría cerrar la entrevista poniendo el foco en lo universitario y pidiéndote que relaciones Nuevo Currículum con La Colonia, proyecto que desarrollaste con el vicedecanato de extensión universitaria en 2012. ¿Cómo te imaginas, cómo te gustaría transformar la universidad, y en particular las facultades de Bellas artes y Agronomía?

Con La Colonia quisimos experimentar la posibilidad de una comunidad efímera que explorase otros planos de relación marginados en la facultad de Bellas artes. Entre otras cosas, queríamos activar el aprendizaje colectivo a través del hacer, el intercambio intergeneracional (invitamos a niños y a viejos sabios, como Basilio Martín Patino), interclase (estudiantes y profesorado cuidaban la huerta junto al personal de mantenimiento y limpieza de la universidad). Hicimos muebles raros, una torre, un invernadero, una huerta mandala, y hablamos de taoismo o de Barthes, aunque también cocinamos y comimos juntos y juntas. Al final generamos afectos e intercambiamos saberes. Los estudiantes de arquitectura quedaron fascinados por la soltura de ideas y los experimentos estéticos de un grupo post-anarquista de Bellas Artes, mientras que lo que más marcó a los estudiantes de arte fue el trabajar en equipo.

En aquel momento, tampoco teníamos intención de influir en el curriculum oficial. Todo transitaba por lo extra-oficial, de hecho: irse a los jardines de la facultad y volverlos cultivables era como abrir un espacio a otra experiencia. Aquí quisiera recordar la bauhaus, que tenía huerta y teatro gestionado por los alumnos. Hoy día la mayoría de universidades forman principalmente a los alumnos al pensamiento hegemónico: caricaturizando un poco, en agronomía se enseña el uso de agrotóxicos u hormonas de crecimiento para el ganado y en arte a cultivar una subjetividad casi autista y el ornamento. Se forman profesionales para un mañana que apuntala el presente, pensando en una industria cultural y una agroalimentación industrial. Nuevo Curriculum busca favorecer el des-aprender todo esto, creando un cuerpo de conocimiento y de práctica. En este sentido el proyecto sí que guarda relación con la Colonia, pero incide en otras direcciones. Cada rama de saber necesitará nuevas herramientas, de aquí y de allá, y extra-académicas para que sea útil en el proceso de cambio.

Por último, me gustaría hacerte la pregunta ritual del proyecto Interdisciplinarixs. ¿Qué tres objetos, cosas meterías en una gabinete de curiosidades que abogue por la interdisciplinariedad? ¿Y por qué?

Lo primero que metería es un cristal mineral, ya sea una geoda gigante o un grano de sal. Y es que su observación implica la conjunción de física, química, matemáticas, estética… e incluso en algunos casos la de la proto-biología. No podría faltar tampoco el libro Extensión y Comunicación de Paulo Freire, en cuanto sitúa al técnico frente al conocimiento campesino y al pensamiento mágico de igual a igual. Por último incluiría un mapa Catawba, inscrito en piel de ciervo, que es un ejemplo maravilloso de cómo esta tribu nativa del actual sudeste de Estados Unidos traducía y sintetizaba información geográfica, social, genealógica y comercial en soportes móviles visuales, ya por el siglo XV.

Fernando García-Dory estudio Bellas Artes y Sociología Rural, y actualmente está realizando un Doctorado en Agroecología.